Tercer ejemplo. El curso
Estamos en un curso. O en una clase, de nuevas. Puede que conozcamos a algunos participantes, y con ellos sabemos cómo trabajar: digamos que "hablamos un mismo idioma". Sé cómo trabajas, sabes cómo trabajo y hemos entendido el trabajo propuesto por el profesor. Podemos ponernos manos a la obra.
Ahora bien, no sé cómo trabajas, o si arrastras alguna lesión, y por tanto hasta dónde puedes llegar. No sabes cómo trabajo y qué es lo que pretendo buscar. O no acabamos de tener clara la propuesta del profesor. Por ejemplo, una combinación en la que se termina atacando con el antebrazo al cuello. O marcando un ataque con los dedos a la garganta, o a los ojos. O agarrando los genitales.
Pues bien, por simple prudencia, y aunque frecuentemente en los entrenamientos de clase, con mis compis y con mi profe, dediquemos largos ratos al endurecimiento, debería tener claro que la situación es distinta, los compañeros no son los habituales (si no lo son) y el trabajo, por tanto, seguramente deba cambiar.
Dicho de otra manera: el compañero no es un saco ni un makiwara, y determinadas áreas del cuerpo no están diseñadas para ser endurecidas mediante el golpeo. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta. Nadie estudia el endurecimiento de ojos, o de testículos pillándoselos con un cajón, ¿verdad? Y, si alguien lo hace, lo menos que cabe pensar es que no sabe qué hacer con su tiempo libre.
Pues bien. Por eso y porque, como comportamiento cívico básico, no debemos hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, hay cosas que sólo se marcan y no se llega a impactar SALVO QUE ESTÉ ACORDADO, y aun así, trabajando con una intensidad que sea perfectamente asumible y controlable.
Generalmente, y salvo lesión grave, todos tenemos el saber estar suficiente como para aguantar una técnica pasada de potencia. Pero nos define como personas y como artistas marciales la capacidad de evitar o no que estas técnicas "pasadas" se nos escapen.