Presentación

Bienvenidos. Este blog pretende ser un pequeño cuaderno donde recoger las reflexiones a las que me conducen mis experiencias en clase y mis investigaciones personales, tanto dentro como fuera de los tatamis.

¿Qué tatamis? Pues soy profesor de Karate, Kobudo y Aikido, de manera que será por aquí por donde empecemos. Pero lo que no puedo decir es dónde terminaremos, ya que cuando se tira de un pequeño hilo al final uno puede encontrarse con una manta enorme.

¿Qué pretendo con el blog? Simplemente formular ideas, ordenarlas y, ya que estamos, compartirlas. Si a alguien le sirven (además de a mí), genial.

Adelante, y espero que lo disfrutéis.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Marcialidad mal entendida (y III)



Tercer ejemplo. El curso

Estamos en un curso. O en una clase, de nuevas. Puede que conozcamos a algunos participantes, y con ellos sabemos cómo trabajar: digamos que "hablamos un mismo idioma". Sé cómo trabajas, sabes cómo trabajo y hemos entendido el trabajo propuesto por el profesor. Podemos ponernos manos a la obra.

Ahora bien, no sé cómo trabajas, o si arrastras alguna lesión, y por tanto hasta dónde puedes llegar. No sabes cómo trabajo y qué es lo que pretendo buscar. O no acabamos de tener clara la propuesta del profesor. Por ejemplo, una combinación en la que se termina atacando con el antebrazo al cuello. O marcando un ataque con los dedos a la garganta, o a los ojos. O agarrando los genitales.

Pues bien, por simple prudencia, y aunque frecuentemente en los entrenamientos de clase, con mis compis y con mi profe, dediquemos largos ratos al endurecimiento, debería tener claro que la situación es distinta, los compañeros no son los habituales (si no lo son) y el trabajo, por tanto, seguramente deba cambiar.

Dicho de otra manera: el compañero no es un saco ni un makiwara, y determinadas áreas del cuerpo no están diseñadas para ser endurecidas mediante el golpeo. No hace falta ser muy inteligente para darse cuenta. Nadie estudia el endurecimiento de ojos, o de testículos pillándoselos con un cajón, ¿verdad? Y, si alguien lo hace, lo menos que cabe pensar es que no sabe qué hacer con su tiempo libre.

Pues bien. Por eso y porque, como comportamiento cívico básico, no debemos hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, hay cosas que sólo se marcan y no se llega a impactar SALVO QUE ESTÉ ACORDADO, y aun así, trabajando con una intensidad que sea perfectamente asumible y controlable.

Generalmente, y salvo lesión grave, todos tenemos el saber estar suficiente como para aguantar una técnica pasada de potencia. Pero nos define como personas y como artistas marciales la capacidad de evitar o no que estas técnicas "pasadas" se nos escapen.

lunes, 10 de octubre de 2016

Marcialidad mal entendida (II)

Segundo ejemplo. La clase

Lo he visto en varios sitios, pero me voy a restringir a mis propias clases, a mis propias experiencias y a mis propios alumnos. Sobre todo porque, al ser asistentes habituales de mis clases, el nivel experiencial con ellos es muy superior, y me permite quizás un análisis más fino.

El escenario: estamos estudiando una técnica concreta, o a veces ni siquiera una técnica sino un ejercicio. Un compañero le exige a otro que le ataque más fuerte o más rápido. Suelen llamarlo "más real".  No han tenido tiempo de asimilar el ejercicio, ni en forma ni en fondo. Así, ocurre que no obtienen el resultado esperado. Otra variante es que decide atacar "más real" al compañero sin haber testado previamente su nivel de habilidad para este trabajo concreto.

Y, dado que no ha habido tiempo para asimilar el trabajo propuesto, bajo presión no puede salir bien. Porque no está integrado en el cuerpo. Y lo peor es que esta actitud es fuente de accidentes y lesiones.

Ojo, que sí es necesaria la intensidad suficiente para que llegue a darse un proceso adaptativo a nivel neuromuscular (vía estrés). Pero querer correr antes de haber aprendido a caminar no suele llevar a buenos resultados...

miércoles, 25 de mayo de 2016

Marcialidad mal entendida (I)

De un tiempo a esta parte llevo dándole vueltas a un tema que veo con frecuencia, tanto en exámenes como en clases regulares y en algunos cursos, por parte de asistentes, e incluso muchas veces de los ponentes. Se trata de una concepción de la marcialidad que me resulta llamativa.

Llamativa por efectista, y llamativa por fuera de lugar.

Me explicaré con unos ejemplos, que constituirán sendas entradas.

Primer ejemplo. El examen

Estoy viendo un examen, que es básicamente una exposición técnica. Sí, con un componente físico, porque hay que lucir el examen: no puede quedar flojo, ni salir uno jadeando como si fuera un perro costipado, porque queda muy mal. Y también tiene un componente psicológico-emocional: hay que permanecer centrado, atento, con intención... Si no, lo mismo daría ver un examen de Artes Marciales que a alguien despistado por el vuelo de una mosca. Y eso se nota desde fuera.

Pues es de la conjunción entre los tres factores (técnico, físico y psicológico-emocional) de donde brota el ambiente de marcialidad. Ahora bien, entiendo que el factor técnico constituye el escenario en el que se desarrolla el hecho en sí; el físico es el combustible que permite trabajar con una intensidad determinada y mantenerla durante un cierto tiempo. Pero el protagonismo, lo que luce realmente un examen, la "chicha", recae sobre la parte psíquica. Es decir, que es la capacidad de atención, de intención y de oportunidad la que da sentido a todo el conjunto.

¿Y qué ocurre cuando alguien se anima más allá de lo prudente? Pues depende, porque aquí hay vertientes:

1) El examinando se ensaña de manera gratuita con sus ukes, que por cierto, tampoco se van a revolver contra la situación. Eso sí, el tipo lo disfruta. Aparte de consideraciones morales o psicológicas sobre el tipo en cuestión, como juez o espectador me llevo la impresión de que el señor en cuestión se dejó el control en casa. No sobre las técnicas, ni sobre la situación, sino sobre sí mismo. Resultado, al menos para mí: NO APTO.

2) El uke del examinando se anima más de la cuenta, y está planteando una intensidad en la que el control por parte de tori queda casi al azar: le está apretando las tuercas tanto que algún resorte se va a salir de un momento a otro... Poniendo en riesgo no ya el examen, sino la integridad de su compañero y la suya propia. Como juez o espectador: es difícil evaluar la capacidad técnica de un aspirante está más ocupado en evitar lesiones para sí o para su compañero que de resolver una situación de examen.

3) Tanto uke como tori se animan y la intensidad sube más de la cuenta, hasta que las técnicas se desdibujan. Como juez o espectador, me parece estar viendo una pelea de bar. Creo que un examen es otra cosa. Para mí, NO APTO.

Los dos últimos casos se asemejan más a una reyerta que a un examen. Si no hay medida, si no hay control, no puede haber nunca un buen examen.

lunes, 21 de marzo de 2016

Yudansha

En la última entrada hablábamos de las marcas externas de nivel, y decíamos que no son necesariamente representativas de la capacidad de la persona. Maticemos: representan unos mínimos. El problema es que estos mínimos van a variar entre los diversos grupos (federaciones, asociaciones, dojos independientes...), en función de la orientación de la práctica.

Desde mi perspectiva como profesor, un cinturón negro supone no tanto una perfección técnica, una condición física o unas ciertas habilidades, sino, por encima de ello, un conocimiento del cuerpo humano, un conocimiento suficiente de las bases técnicas, y control físico y emocional. Y esto es lo que le pido a mis alumnos antes de mandarlos a convalidar su grado en la organización correspondiente.

El conocimiento del cuerpo, tanto a nivel estructural como funcional, permite afinar la técnica y plantear los propios entrenamientos aprovechando al máximo nuestro potencial y evitando lesiones. En esta categoría se incluyen también nociones de primeros auxilios, ya que no debe haber accidentes en el dojo, pero "por si los hay"... Mejor tener y no necesitar, que necesitar y no tener.

El conocimiento de las bases técnicas se refiere a la comprensión de por qué una técnica es como es y qué hace que funcione. Debe ir acompañado de la destreza para ejecutarla con solvencia, pero es la comprensión la que marca el grado. Y la diferencia de grado consiste en la profundidad de esta comprensión, lo que permite manejar conceptos de una calidad cada vez mayor.

De estos dos aspectos se desprende que el cinturón negro se hace responsable de su aprendizaje con unas herramientas que lo dotan de una cierta independencia para empezar a encontrar su propio trabajo.

El control permite trabajar con potencia y soltura evitando los accidentes, así como ser capaz de manejar situaciones de estrés (nervios, miedo, frustración...). Trabajar públicamente bajo la supervisión de un tribunal para ser juzgado, o realizar el examen con desconocidos serían dos ejemplos de control emocional en situaciones perfectamente transferibles a la vida cotidiana, donde tratar con extraños y ser evaluado de una forma o de otra es lo más habitual.

Esta última es la característica que pone al estudiante en el camino del profesor, o al menos lo habilita como un buen senpai.

martes, 1 de marzo de 2016

La Parábola de los Ciegos

El cuadro de Brueghel nos va a servir hoy como toque de atención para los estudiantes nuevos. Sé que lo digo siempre, desde el primer día, pero a veces hace falta un refuerzo visual a modo de recordatorio.

Y es que para aprender necesitamos trabajar con alguien que sepa más que nosotros. Al menos en las primeras etapas, hasta que cojamos las bases del movimiento. Eso nos va a facilitar las cosas al principio y nos va a permitir un progreso mucho más rápido. Luego, cuando el trabajo esté claro, podremos trabajar con gente de nuestro nivel para aprender a gestionar los problemas que alguien de nivel más bajo nos plantee.

«Dejadlos: son ciegos que guían a ciegos. Y si un ciego guía a otro ciego, los dos caerán en el hoyo» (Mt. 15, 14)

Recordemos que el profesor propone la clase, pero es el compañero con quien trabajo quien me enseña. Por tanto, necesito estudiar con quien más y mejor me permita aprender.

Y ahora, la pregunta del millón:

¿Y cómo sé yo quién tiene más nivel?

Pues, en principio, si soy el último en llegar, debería suponer que cualquiera. Aunque yo llegue con nivel de otras clases, la costumbre hará que los compañeros que llevan más tiempo estén habituados a las explicaciones de clase, y por tanto comprendan mejor las explicaciones y lo que se busca en cada ejercicio.

Hay, por otro lado, un par de pistas que nos pueden ayudar a reconocer el nivel de la gente. Una viene dada por el aspecto externo del protocolo (color del cinturón, si lleva o no hakama, dónde se sitúa para los saludos...). La otra, de la manera de trabajar y el protagonismo de que pueda disfrutar en la clase. Estas pistas plantean sendos problemas, a saber: que los "galones" no son obligatoriamente representativos del nivel de trabajo, y que sólo podremos conocer el nivel de trabajo de la gente practicando con ella y formándonos un criterio a partir de la experiencia.